La nube densa que se veía desde la ventana del avión a 20 minutos de aterrizar anunciaba que ya estábamos sobrevolando São Paulo. Aquí es verano, sí, y también hace mucho calor… pero esta ciudad es tan gris como siempre y llueve como nunca.
Durante mi largo viaje de camino hacia aquí venía pensando en lo bien que me lo he pasado en las navidades. He disfrutado como una enana estos dos meses en casa, y São Paulo tiene mucho que ver con eso. No habría sentido lo que sentí al pisar la Gran Vía en Madrid si no hubiese estado antes aquí. El jamón no me habría sabido tan bien. No valoraría las comidas del domingo con toda mi familia sentada en la mesa como lo hago ahora, las reuniones de amigos serían simplemente una costumbre… y las pipas serían eso, un vicio como cualquier otro. En definitiva, por muy triste que suene, todo se aprecia más cuando sabes lo que es no tenerlo.
Por eso me ha costado tanto volver. Es cierto que ya tenemos todo en orden por aquí: tenemos amigos, controlamos la ciudad, conocemos el idioma, ya no tenemos que buscar piso, sabemos en dónde encontrar la fiesta… pero también sabemos cómo es vivir aquí, y aunque estamos genial, ¡en España se vive demasiado bien!
Así que aquí estoy esperando a la Chewi.
He cambiado las filloas por feijão, las Hunter por las Havaianas, el aceite de oliva por el de soja, la comida de mi mamá por mi fritanga, la ginebra por la cachaça, mi BlackBerry por el Samsung brasileño, la Estrella Galicia por la Skol, el moderneo por la samba, mis bolsos por la mochila, los Danone por yogures líquidos que saben a chicle, as patacas de Coristanco por unas fritas con aceite de soja, la carne por los nuggets, el francés por el portugués, el lavavajillas por fregar los platos, el secador por el pelo rebelde, el jamón serrano por el cocido, el coche por el bus…
He pasado de tener “saudade” a tener “morriña”, como buena gallega ;)
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